Lucas Raspall, médico psiquiatra y psicoterapeuta, miembro de Fundación América por la Infancia, señala que no hay nada que justifique una agresión verbal o física hacia un niño. Cuáles son las consecuencias de la violencia que se soporta a edades tempranas
—¿Qué acciones u omisiones de los progenitores son consideradas maltrato infantil?
—Hay muchas conductas que pueden ser consideradas como malos tratos, más allá de esa violencia física que nadie dudaría en reconocer y señalar, como puede ser un golpe de puño. Los tirones de pelo u oreja, zamarreadas, pellizcones, chirlos y cachetadas son también malos tratos, nunca justificados. No hay razón para seguir sosteniendo que «un correctivo» cada tanto está bien: es maltrato y punto. Luego, las omisiones suelen entrar en los malos tratos por negligencia, esos casos en los que el cuidador se desentiende o expone al niño a situaciones de riesgo o daño. En el otro extremo, la sobreprotección puede también ser considerada una forma de maltrato, dado que inhibe o traba en el niño el desarrollo de recursos que son fundamentales para su vida.
—¿Qué dice la ley al respecto en términos generales? Se dieron cambios significativos con el nuevo Código Civil…
—Históricamente en el Código Civil la patria potestad incluía en el derecho de corrección de los padres hacia los hijos. Quizás sea en el término «corrección» donde el cuidador se amparaba para el uso de la violencia para educar. Me interesa señalar que no es una forma de violencia «menor» sino que es, ante todo, violencia. Efectivamente, en el artículo 647 del nuevo código se establece la prohibición de los malos tratos. Es más, la idea de «patria potestad», que refiere a un poder de los padres sobre los hijos, viró hacia la función de protección y cuidado de los niños, a favor de ellos y respetando siempre sus derechos.
—Un niño o niña que es criado en un ambiente violento desde que nace o cuando es muy pequeño, ¿qué consecuencias psíquicas suele sufrir? ¿Es igual el impacto si la violencia se ejerce en forma directa sobre el niño o si por ejemplo su madre es víctima de violencia de género o bien hay una relación de violencia entre los padres (o nuevas parejas de los padres)?
—Las consecuencias de la crianza de un niño en un ambiente violento las conocemos hoy con profundidad desde distintas miradas. Las conclusiones de importantes investigaciones son terminantes a la hora de afirmar que los malos tratos generan en el niño un estrés tóxico que daña el organismo en su totalidad. No sólo repercute negativamente sobre el desarrollo psicológico (con su sustrato neurobiológico) sino que agrede todo el sistema, evidenciado luego en alteraciones endócrinas, dificultades en la adquisición de aprendizajes o capacidades propias de la etapa evolutiva, síntomas aislados, enfermedades y, en algunos casos, trastornos psicopatológicos. El impacto de este daño en la infancia puede ser lo suficientemente grande como para tener consecuencias a largo plazo, fenómeno que explica la mayor predisposición o vulnerabilidad que estos niños tienen en la vida adulta de padecer depresión, trastornos de ansiedad, dependencia a sustancias y tantos otros cuadros. Sin detenerme a cuantificar el nivel de daño, podemos afirmar que para un niño tanto la experiencia de ser violentado o que un familiar o cuidador con el que tiene un vínculo íntimo e importante lo sea es suficiente como para dañarlo de manera significativa.
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—Cuando un niño es maltratado, ¿siempre va a tener consecuencias negativas en su desarrollo?
—Las consecuencias van a depender de distintos factores: primero, el tipo de maltrato, cuánto se sostuvo en el tiempo, quién fue o es el agresor —es tanto peor cuánta más relación e intimidad tienen—, la posibilidad de salir o no de ese circuito… Luego, el momento de la vida del niño en que sucede, si tiene una red sobre la que apoyarse —otras relaciones importantes que lo acompañen—, si existen otros problemas en su entorno inmediato. También la fortaleza psicológica y biológica del niño, reconociendo que hay quienes tienen mayor resistencia —resiliencia— y otros que son más vulnerables.
En el caso en que se manifiestan las consecuencias, algunas se presentan en el corto plazo, mientras suceden las agresiones, y otras en el largo plazo, incluso cuando estas situaciones ya han quedado atrás.
—¿Cómo se logra que los padres reviertan las conductas de maltrato sobre los hijos? ¿Es posible? ¿De qué depende ese cambio?
—El primer paso es siempre tomar conciencia. Que los límites son necesarios, de eso no hay ninguna duda. La ausencia de límites es una forma de maltrato -por negligencia-. De que la forma para marcarlos no es con malos tratos, físicos o psicológicos, de eso tampoco. Después de una sincera introspección, reconociendo que esos tironeos o dolorosas palabras no fueron realizadas con mala intención sino por desconocimiento de otras formas, viene el paso en el que aprender otros recursos es posible. Si la decisión de cambio es firme, pronto comprenderá la madre, el padre o el cuidador que existen modos en los que el límite se señala con igual fuerza sin dejar de tratar con afecto y cuidado.
—¿Puede suceder que un padre y o una madre sean violentos con un hijo y no con otro u otros?
—Sí puede ser. Toda madre y padre sabe que con cada uno de sus hijos le pasan cosas diferentes, le cuestan más unas cosas y otras se le hacen más sencillas. En ocasiones, el niño que exige al cuidador en ese aspecto que más le cuesta podría desencadenar en el adulto reacciones -nunca justificadas- que trepan en una escalada de violencia. Por esto, quien detecte dentro suyo esa irritación o malestar que precede a las reacciones que debemos siempre evitar, debe buscar -de hacer falta- la ayuda que corresponda para entender el por qué de su conducta y cómo cambiarla.
—Alguien que fue violentado por sus padres o entorno familiar, ¿será agresivo con sus propios hijos?
—Esto depende del grado de conciencia que cada uno tenga de su historia y cómo explica lo sucedido. No se trata de indagar la relación con los padres y cuidadores con fines rencorosos o para culparlos por todo lo malo que hoy nos pasa, sino para cortar la cadena de maltrato -de una vez por todas-. Si no se toma conciencia -repetiré esto hasta cansarme-, entonces las cosas se seguirán dando de la misma manera, aumentando las chances de tratar mal a los propios hijos.
—Hoy es muy común que existan familias no tradicionales en su constitución ¿es incorrecto pensar que las nuevas formas de familia por sí mismas pueden ser nocivas para los niños o niñas? Qué opinión tenés al respecto….
—No creo que sean nocivas en sí mismas, pero sí plantean nuevos escenarios que es necesario empezar a observar con detenimiento y estudiar a fines de encontrar los huecos en los que las necesidades de los niños queden sin cubrir. Cada momento de la historia, cada etapa, presenta novedades; de poco sirve quedarnos en señalar si nos gusta o no, es una realidad y punto. Veamos qué podemos hacer para que ellos crezcan sanos y felices: es lo que más importa.
—¿Cómo se suelen detectar los casos de maltrato infantil?
—Los casos de maltrato suelen ser detectados en servicios de atención médica, en escuelas, cuando no ya en tribunales -en la Justicia-. Pero en todos estos casos es ya tarde. Es preciso trabajar en la promoción de los buenos tratos en la infancia, concientizando y ofreciendo a los cuidadores espacios para aprender. Y en esto quiero ser claro, tenemos que entender que el maltrato no debe quedar solamente ligado a los golpes que dejan moretones o fracturas de huesos y tampoco a las humillaciones permanentes. Hay malos modos que gozan aún -y lamentablemente- del aval de la sociedad.
—¿Qué señales da un niño o niña víctima de maltrato? ¿Es la escuela un lugar donde se ven esas señales claramente?
—En la escuela se pueden observar, tanto como en otros lugares de concurrencia asidua del niño. Las señales, más allá de las consecuencias físicas que pueden tener algunos golpes, se advierten en el comportamiento. Cambios de humor, irritabilidad, ensimismamiento, deterioro de algunas relaciones con pares, pérdida de confianza en los adultos, mala conducta, impulsividad, agresividad, miedos infundados. Todas éstas podrían ser manifestaciones de una víctima de maltrato. Por otro lado, síntomas en el cuerpo -somatizaciones— como dolores frecuentes de panza, cabeza u otro, síntomas gastrointestinales, en piel, sistema nervioso…
—¿El entorno, la crisis socioeconómica, la falta de recursos de todo tipo, cuánto influye en la violencia familiar? Hay más violencia contra los chicos en familias de bajos recursos económicos o es sólo un mito…
—La violencia traspasa toda barrera… sí pueden cambiar sus formas en determinados sectores o lugares pero, en la medida en que toda la sociedad no tome conciencia, se trata de una sombra que se escurre por debajo de la puerta de cada hogar, club, escuela… También es cierto que hay determinados entornos que son violentos en sí mismos, como lo es crecer en una casa en la que no hay qué comer. La desigualdad violenta; no es tanto la pobreza, sino la percepción de una desigualdad que no es justa de entrada. Las necesidades básicas no satisfechas violentan, las urgencias también.
—Si uno conoce que en su familia hay alguien que maltrata a los hijos, debe denunciarlo, intentar hablar… Siempre es una situación difícil. ¿Qué recomendás? ¿Y si es un vecino?
—Siempre hay que intentar acercarse y hablar con ese vecino o familiar, en el momento y el lugar adecuado, sin exponerlo ni juzgarlo: no somos quiénes para hacerlo. Buscar que tome conciencia, ofrecer ayuda. Si el caso es más severo, entonces quizás sí corresponde la denuncia para impedir que esa forma de violencia se repita o que el riesgo o daño sea aún mayor.
—¿Cuáles son los pilares de una infancia feliz? ¿Es posible una infancia feliz?
—¡Claro que es posible! Y sé que muchos a esta altura de la nota responderán «yo tuve una infancia feliz y soy normal a pesar de que mi papá o mi mamá cada tanto me daba un chirlo»… No dudo en que, en tales casos, prevaleció el amor y la disposición de ellos sobre lo otro, pero podemos convenir en que los malos tratos no fueron los que construyeron esta imagen o recuerdo de la infancia. Ahora, cuáles son los pilares, no me resulta sencillo escribir una suerte de receta. Pero estoy seguro de que un trato afectuoso y respetuoso de las necesidades del niño (para esto, hay que saber reconocerlas), una disposición sensible que sepa interpretar lo que le pasa y una adecuada disponibilidad para acompañarlos son la base de una infancia feliz.
Fuente: www.lacapital.com.ar