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En este último tiempo se está produciendo un importante e interesante movimiento de innovación educativa en nuestro entorno próximo que se define dentro del paraguas de la Educación Viva y Activa.

Muchas escuelas se han planteado, algunas ya desde hace bastantes años, otras siendo proyectos de nueva creación, un proyecto de centro singular, diferente a los patrones más comunes de las últimas décadas en las escuelas. Este movimiento surgió impulsado por pequeños proyectos pioneros del ámbito privado, englobados en lo que se llamó Educación Libre. Experiencias pioneras como La Caseta, el Roure y otros proyectos vinculados a la XELL (Xarxa d’Educació Lliure – www.educaciolliure.org) dieron paso luego a experiencias dentro del marco de la escuela pública catalana. El Martinet, Encants, Congrés Indians y posteriormente un gran número de escuelas, ahora en su mayoría referentes del programa Escola Nova 21, este interesante movimiento liderado por Eduard Vallory (www.escolanova21.cat).

Esta innovación retoma, integra y sintetiza ideas que vienen de décadas atrás, tanto del Movimiento de Renovación Pedagógica catalán, como también de grandes pedagogos del siglo pasado y referentes más actuales como lo son Mauricio y Rebeca Wild con la experiencia de Pestalozzi y León Dormido en Ecuador, las escuelas de Reggio Emilia en Italia o Summerhill en Inglaterra.

Cuestiones como poner al niño/a en el centro del aprendizaje, transformar el proceso de aprendizaje en un proceso activo, trabajar a partir del interés de las criaturas, partir de la experiencia sensorial y manipulación de materiales para consolidar aprendizajes que van desde lo concreto hacia lo abstracto. Todas estas cuestiones ya son lo que prima en los discursos de las prácticas educativas actuales.

Conjuntamente con estos aspectos más conceptuales vinculados a los niños/as y sus procesos de aprendizaje, surge en este nuevo movimiento un interés muy grande por pensar cómo tienen que cambiar los espacios, los materiales y las propuestas…

En este último tiempo numerosas escuelas que se incluyen dentro de la Educación Viva y Activa se han replanteado el diseño de los espacios y el cuidado del tipo de materiales que se utilizan, han reconsiderado la división del tiempo por asignaturas y también el sentido de los “deberes”. Parece que estamos dejando atrás la idea del “libro de texto” como guía que traza el camino para maestros/as y niños/as, como hoja de ruta y sobretodo parece que vamos dejando atrás la utopía de los aprendizajes homogéneos de los niños/as agrupados por edades.

También pareciera que estamos dejando atrás la idea de que la función de la educación es la de transmitir conocimientos e información para pasar a pensar en los aprendizajes globalizados, aprendizajes significativos, en el desarrollo de competencias, en aprendizajes más transversales e integrados a experiencias y más cercanos a los intereses de las criaturas.

¿Cambio o moda?

Pero la reflexión que surge tanto en el ámbito de los propios profesionales como de las familias a la hora de elegir escuela para sus hijos e hijas es si este cambio está siendo una moda o si realmente vamos hacia un cambio profundo y sólido.

Estamos en una etapa donde un gran número de escuelas han dado el salto a cambiar sus espacios, el mobiliario que se asigna por rutina a las escuelas públicas es descartado y sustituido por muebles que abren nuevas posibilidades de espacios más flexibles, menos rígidos y más amables con una estética mucho más cuidada y cálida. Los libros de texto han dado lugar a materiales de las pedagogías Montessori, Waldorf, materiales naturales para construcciones, rincones de plástica al estilo Reggio Emilia y más influencias que se integran y transforman nuestras escuelas en espacios eclécticos en el terreno pedagógico.
Pero la reflexión de los y las maestras y las familias es si este cambio también está acompañado de un cambio de actitud, de mirada hacia los y las niñas, hacia una visión más profunda del mundo interno de las criaturas que permita acompañar este cambio tan grande que se está haciendo desde el “exterior” en coherencia con un cambio de acompañamiento del mundo “interior”.

Claudio Naranjo en una interesante entrevista realizada por Elisabet Pedrosa en L’Ofici d’Educar (*), hacía alusión a la cantidad de horas que el sistema educativo dedica a acercar al niño/a al conocimiento de su entorno y la escasa o ausente cantidad de tiempo y energía que dedica al conocimiento de sí mismo, de su mundo interno, de sus emociones, de su “ser y estar” aquí y ahora. Y muchas veces lo que se considera el trabajar sobre el autoconocimiento es más bien un movimiento que sigue la misma lógica que tenemos para la transmisión del conocimiento, un movimiento que es de fuera hacia dentro, de trasmitir desde fuera lo que el niño/a debería hacer con esto o aquello que le sucede internamente. Pienso en los talleres de educación emocional que tienen el objetivo de “enseñarle” a los y las niñas a gestionar sus emociones, como un aprendizaje más de tipo cognitivo y concreto. Actividades que si las pensamos en niños/as pequeños, aún con poca capacidad de abstracción muchas veces no tienen ningún sentido porque no responden a situaciones concretas de su realidad cotidiana.

Tenemos un sistema educativo que continúa priorizando lo externo frente a lo interno, y esto se aplica tanto a las criaturas como a los adultos que les acompañamos. Los y las maestras muchas veces siguen mirando con mayor intensidad lo externo, espacios, materiales, propuestas de “hacer”, y no tanto lo interno. Aún cuesta tener una mirada profunda acerca de cómo está ese niño/a, en qué momento está el grupo, o cómo está el o la maestra en el aula con las criaturas. Se sigue priorizando o reflexionando si rincones, proyectos o ambientes casi como única clave del cambio educativo. Como si eso fuera lo esencial y único.

Aún continuamos pensando que el adulto tiene que impartir y enseñar educación emocional a los y las niñas. Que el maestro/a necesita recursos externos, actividades, libros, ideas… para “trabajar” con las criaturas sus emociones, para que aprendan a gestionarlas desde lo cognitivo.

Hace falta una vuelta más en esta espiral de cambio…

Para continuar en esta línea de cambio de nuestro sistema educativo, es necesario seguir apostando por el rediseño de lo exterior, porque los espacios y los materiales son una base indispensable desde la cual dar el salto y hacer posible nuevas formas de acompañar a los y las niñas en sus procesos de aprendizaje pero sin descuidar la mirada hacia el interior.
El interior de las criaturas, el interior de los y las educadoras y el interior de los equipos/claustros de las escuelas.

Hemos de cuidar que el entorno sea rico para que los niños y las niñas deseen conocer, aprender, explorar, experimentar para trazar sus propias rutas hacia los aprendizajes, pero también hemos de nutrir y cuidar la interioridad. Que los niños y niñas se sientan mirados, escuchados en sus necesidades profundas, que sean respetados en sus emociones auténticas, que se les deje llorar y se les acompañe en el llanto. Que tengan acompañamiento en su enfado, en su miedo, en su tristeza o en su alegría. Sin ser juzgados, sin decirles que esto o aquello es cosa de “niños/as pequeños, o de niños/as grandes, valientes, etc”, o simplemente negándole el valor de su emoción con un “no ha pasado nada o no es para tanto”…

Para todo esto, la “hoja de ruta” de las formaciones de los maestros y las maestras tendrían que transitar espacios vivencialesemocionalescorporales y no sólo cognitivos.
Intentamos transmitir una pedagogía de la experiencia y de la ternura cuando nosotros/as no fuimos educados/as en tal pedagogía. Entonces tendremos que crear entornos donde poder aprender desde la experiencia, desde la vivencia emocional, no sólo desde recursos pedagógicos externos para poder crear tales espacios con los niños y niñas, diseñar nuevos lugares desde los cuales ser y estar con ellos.

Rediseñar los espacios internos para que los externos cobren sentido y se consoliden desde la coherencia.

En estos últimos años no deja de asombrarme la cantidad de recursos pedagógicos que han surgido en torno al tema de la educación emocional. Recursos externos para “trabajar” con los niños/as las emociones, para enseñarles desde fuera algo que nosotros todavía no tenemos “dentro”. Es una gran paradoja, pero parece que las editoriales han cambiado los libros de texto por libros de actividades de educación emocional. El “Monstruo de Colores” es ahora el libro de texto de las escuelas en el terreno de las emociones.

Y esto no implica que no me parezca interesante este o tantos otros libros pero sí me parece importante aportar una reflexión y un cuestionamiento al sentido de un soporte de este tipo para el acompañamiento emocional.

Y ¿hacia dónde ir?

Concluyendo, tengo la sensación de que vamos por buen camino, aunque parte del recorrido implique ver las paradojas, las contradicciones, las rutas que tenemos que rediseñar.
La innovación pedagógica tiene el gran reto de no parar de cuestionarse, reflexionar, interpelar para no transformarse en una nueva forma “de hacer” a repetir, a reproducir, porque ahí dejará de ser algo vivo.

Apuesto porque creemos entornos más nutritivos de la interioridad de los y las educadoras, entornos formativos que apunten al ser y estar con nosotros/as mismos/as y con los/as otros/as desde una mirada amorosa. Como dice Claudio Naranjo, orientarnos hacia el conocimiento de uno mismo para poder desde ahí interesarnos verdaderamente por el otro/a y por crear entornos más respetuosos y enriquecedores tanto de la experiencia exterior como interior.

Fuente: sendabcn.com

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