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Canarias fue la primera comunidad en atreverse. Desde 2014, los alumnos de primero a cuarto de primaria, de seis a nueve años, tienen 90 minutos semanales de educación emocional en la escuela. Una asignatura obligatoria que les enseña a identificar sus estados de ánimo en un horario arañado a las clases de Matemáticas y Lengua, algo que al principio sublevó al profesorado. Ya tienen algún resultado: “Ha cambiado el clima del aula, ahora se lo piensan mucho antes de insultar a un compañero o juzgarle. Han perdido el miedo a decir que se sienten tristes, y buscan soluciones”, cuenta Mónica Viña, directora del colegio público La Laguna, en la isla de La Palma.

Allí, todas las aulas están en una sola planta, dentro de pequeños bloques que se comunican con pasillos al aire libre, como un pueblo en miniatura. De fondo, se ve la montaña y las plataneras. En una clase de tercero, hablan en corro sobre el síndrome de Down, ese día todos llevan un calcetín de cada color para simbolizar lo diferente. La profesora les pregunta si saben qué es la trisomía, habla de parejas de cromosomas y de algunos niños que tienen, además, un trío. Sus rasgos y su forma de sentir son más pronunciados, detalla. Uno de los alumnos la interrumpe: “Borja también es diferente”. Uno de los niños, bastante más alto que los demás —les saca dos años— y con unas lentes de aumento, levanta la cabeza, están hablando de él. “Borja —continúa la maestra— tiene un retraso en el aprendizaje y por eso aprende más lento que los demás, ¿verdad Borja?”, le lanza. En este centro educativo ya no hay tabúes, todo se habla, sin excepción.

Este es el quinto año que Canarias imparte la asignatura Emocrea (Educación Emocional y para la Creatividad), una decisión que al principio resultó polémica al tratarse de la sexta autonomía con el mayor índice de abandono escolar, un 20,9% en 2018 frente al 17,9% de la media de España (lejos todavía del 10,6% de media de los países de la UE). Eso supone que uno de cada cinco canarios de 18 a 24 años no tiene más estudios que la ESO.

La aprobación de la Lomce por el PP en 2013, dio a las comunidades autónomas la posibilidad de incluir en sus programas académicos asignaturas de libre configuración. El Gobierno de las islas, en ese momento formado por Coalición Canaria y el PSOE, decidió destinar dos sesiones de 45 minutos a educación emocional y, para ello, restaron una hora de Matemáticas a los alumnos de 1º y 3º de Primaria, y una hora de Lengua a los de 2º y 4º. “La tradición más academicista sostiene que hay de destinar más tiempo a Matemáticas y Lengua, pero nosotros decidimos quitárselo para no marginar a las materias más humanísticas, como Música, Plástica o deportes. El profesorado nos ha acabado dando la razón”, explica Antonio Gómez, técnico de la Consejería de Educación encargado de la supervisión del programa.

Solo dos países de la UE imparten educación emocional como materia obligatoria: Reino Unido y Malta. La OCDE ya está trabajando en esa línea y desarrollando un nuevo marco para evaluar a los alumnos no solo en matemáticas y comprensión lectora, sino en habilidades sociales. Es lo que llaman Global Competences. “Hay una base científica muy fuerte sobre la relación entre la capacidad para aprender y el estado emocional. Lo que más importa es que se haga un cambio de mirada y se tenga en cuenta cómo sienten los chicos. Hemos centrado la educación en los contenidos durante demasiados años”, explica Verónica Boix, investigadora de Project Zero de la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard, donde cerca de 40 expertos desarrollan nuevas metodologías de innovación.

“Ahora vivimos en un mundo mucho más complejo, con emociones más difíciles. El tema de la inmigración, por ejemplo, genera respuestas emocionales fuertes: temor, inseguridad… no lo podemos desvincular de la educación”, señala Boix, que forma parte del equipo que desarrolla el sistema de medición de la OCDE. El currículum debe incluir dos nuevos retos: “cultivar el potencial del ser humano”, en referencia a la capacidad social, intelectual, moral y ética, y dar valor a las relaciones personales, cómo nos comunicamos con los demás. “Hay que enseñar a los niños a indagar, por qué se sienten así, poner nombre a sus emociones, reconocer y aceptar sensaciones que no siempre son agradables”, continúa Boix.

Precisamente, la nueva herramienta de la OCDE —en fase de prueba y aún sin fecha para su lanzamiento oficial— busca analizar cómo los alumnos toman perspectiva sobre temas globales como el cambio climático, cómo entienden las posturas de otros y cómo consideran la posibilidad de pasar a la acción. “En todo eso juega un papel el control de las emociones”, añade Boix.

Los fenómenos globales tienen un impacto emocional sobre los niños y las escuelas deben acompañarles. En una investigación en 500 colegios de Estados Unidos conducida por John Rogers, profesor de Educación de la Universidad de California, se demostró que los estudiantes no son “inmunes” a los discursos políticos de odio. “El clima del país llega a los niños en forma de agresión a los compañeros migrantes, incapacidad de dialogar a través de las diferencias… la agresividad de la era Trump también se cuela en las escuelas y hay que tratarla desde la emoción”, sostiene Boix.

El trabajo debe empezar por la formación de los docentes. En un estudio de uno de los equipos de Project Zero en Los Ángeles, se vio que los profesores suelen tener reacciones autoritarias o agresivas hacia alumnos de clases socioeconómicas más bajas.

La idea del nuevo currículum de Canarias fue de Antonio Rodríguez, profesor de Psicología de la Educación de la Universidad de La Laguna (Tenerife). En los noventa, centró una de sus investigaciones en comparar la psicología del niño canario con la del resto de autonomías. “Históricamente, hemos sido una de las regiones con la tasa más alta de analfabetismo, eso influye en la autoestima de los estudiantes y en cómo ven sus posibilidades de futuro”. Los resultados de las pruebas a más de 2.500 chavales de diferentes autonomías confirmaron la tendencia canaria a “autodevaluarse”. “La fragmentación de las diferentes islas y la desconexión son factores que afectan”, dice Rodríguez. Años más tarde, él y su equipo desarrollaron junto a un comité de maestras, las líneas de educación emocional y los parámetros para evaluar esas competencias.

Una revisión de 500 estudios internacionales publicados sobre el tema ha confirmado que esos programas mejoran un 13% el rendimiento académico. De momento, en Canarias no lo han medido porque tienen que esperar a que la primera generación de alumnos llegue a sexto de primaria. La parte emocional sí la evalúan cada año, con cuestionarios a los estudiantes y profesores. Preguntas como: “Cuando sientes ira hacia un compañero por coger algún material tuyo sin permiso, ¿cómo reaccionas?”, o “al llegar a casa, ¿tu familia te recibe con un abrazo?”. “Aprenden a reconocer las señales que emite el cuerpo, a descifrar los códigos corporales asociados a estados emocionales. Entienden que la frase ‘no estoy gritando, yo hablo así’, ya no sirve”, apunta Rodríguez, que acaba de lanzar su libro Educaemoción: la escuela del corazón (Santillana), una guía para docentes con 100 actividades. Se les enseña que tienen derecho a enfadarse, pero que hay límites, no pueden gritar o pegar a un compañero. Que la emoción siempre tiene un efecto sobre su conducta y que antes de actuar, hay que parar y respirar.

“El sistema límbico, la parte del cerebro que se encarga de las emociones, tiene una respuesta automática. Con entrenamiento, se aprende a gestionarla, y cuanto más pequeño se es, más potencial de cambio”, señala Rodríguez. Los indicadores muestran una mejora de todas esas habilidades. En el colegio La Laguna, de Los Llanos, afirman que previene el bullying. “No podemos decir que son cosas de niños, tienen que ganar confianza en sí mismos para decir ‘no me gusta que me llames así’ o ‘no me gusta que me toques la cabeza de esa forma”, dice Mónica Viña, directora del centro. Echando a los alumnos de clase no se soluciona nada, defiende, porque no sabrán por qué se han comportado así ni cómo frenarlo. La asignatura de educación emocional es la única en la que el alumnado puede estar en silencio y no intervenir si no se siente a gusto ese día. “Ellos deciden”.

Fuente: elpais.com

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