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«Un pesimista es solo un optimista bien informado», escribió Mario Benedetti en su libro Rincón de Haikus (1999). Esta afirmación hoy en día parece estar refutada por diferentes estudios que concluyen que las personas optimistas emprenden con más éxito, se sobreponen antes a la adversidad y tienen hasta mejor salud y mayor esperanza de vida.

El optimismo, según el diccionario de la Real Academia Española, es la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Algo que para KJ Dell’Antonia, escritora de How to be a happier parent (cómo ser un padre más feliz), es una característica fundamental para formar y consolidar una familia feliz.

Las personas que rigen su vida de esta forma, dice Dell’Antonia, «tienden a crecerse ante los desafíos, a valorar las oportunidades, a la vez que creen en sí mismas a la hora de dominar una situación. Su esperanzadora idea de futuro les hace tener siempre una actitud resiliente y sacar el máximo provecho de todo».

Enseñar a ser optimistas a pesar de los problemas del entorno

Aunque nadie se atreve a afirmar si el optimista nace o se hace, los psicólogos coinciden en que es una actitud que se puede fomentar desde la infancia. Pero algo que puede parecer sencillo en la teoría, en la vida real no lo es tanto, sobre todo cuando el presente se ha convertido en sinónimo de incertidumbre: en España, por ejemplo, la precariedad laboral ha aumentado significativamente en los últimos años, los precios de los alquileres han subido una media del 16,08% en el último año y los bajos salarios impiden a los jóvenes el acceso a la vivienda. Por no hablar de los grandes desafíos a nivel global como el cambio climático o el auge de partidos xenófobos.

«Los problemas no van a desaparecer, pero la forma en la que los afrontamos hará que nos quedemos estancados o que podamos avanzar adaptándonos a las circunstancias [o luchando contra ellas], aunque sea despacio», afirma Bárbara Zapico, psicóloga infantil. Lo fundamental para hacerlo, indica, «es la paciencia y no pensar que todo se va a resolver ya». Y continúa: «El optimismo está relacionado con la superación de uno mismo«.

El juego como forma de aprender a fracasar

Uno de los principales retos a la hora de educar en el optimismo es enseñar que el fracaso es algo que forma parte del día a día. «A los niños les cuesta mucho entenderlo«, explica la psicóloga infantil, que recuerda frases que ha escuchado en su consulta como: «Para qué voy a jugar el partido si voy a perder», «no merece la pena que estudie, si voy a suspender», «no quiero jugar a esto porque me van a ganar».

El error que comenten algunos padres está en utilizar el chantaje («si haces esto, te compro tal cosa») y en no dedicar el tiempo suficiente a los más pequeños. A pesar de las largas jornadas laborales, es necesario que los padres encuentren momentos para cosas tan simples como el juego, indica la psicóloga: «Con frecuencia nos encontramos con familias que no quieren jugar, porque no les gusta o les supone mucho trabajo». Sin embargo, el juego es una forma de enseñar a los niños a poner las cosas en perspectiva: a veces se gana y otras se pierde.

Ser exigente no implica ser estricto

También es importante ayudarles a trabajar la seguridad en sí mismos porque la motivación solo aparece con la autoconfianza. «Es muy importante lo que expresamos, decirles que les apoyamos y que estamos con ellos, con independencia de cómo les salgan las cosas«, explica Zapico.

Esto no quiere decir que no se deba ser exigente. Al contrario, «es bueno poner normas y límites, pero no lo debemos confundir con ser estrictos, como los casos de familias que impiden a sus hijos decidir sobre su futuro. Padres y madres que imponen la profesión que deben tener sus hijos, por ejemplo. Lo fundamental es lidiar con los extremos», aclara la psicóloga, que indica que coartar la libertad de los niños puede hacerlos más pesimistas.

Y de nuevo, racionalizar el uso de internet

Si la autoconfianza es fundamental para desarrollar una mente optimista, todo aquello que la merme puede suponer un problema. Un ejemplo son las redes sociales, sobre todo Instagram. A pesar de que, según el último análisis sobre usuarios y tendencias en las redes sociales, realizado por We Are Social y Hootsuite, revela que los menores de entre 13 y 17 años solo representan el 7,6% de los usuarios de esta plataforma, distintos estudios señalan a Instagram como la peor red para la salud mental de los adolescentes: puede derivar en depresión, en trastornos del sueño, en una autopercepción negativa de la imagen propia y en episodios de tristeza profunda.

La psicóloga asegura que en su consulta ve estos efectos en los niños: «Es una herramienta donde todo lo que se muestra es fantástico siempre y el pesimismo está muy relacionado con no poder ser perfecto». No se trata de prohibirlo, sino de que «cada familia valore la influencia del uso de internet en sus hijos», añade.

La sobreprotección puede generar miedos y conflictos

Tampoco se trata de llegar a la sobreprotección, «un mal que ha triplicado la demanda de los servicios de psicología infantil para niños y que guarda relación con el pesimismo porque significa dar todo menos libertad», asegura la psicóloga.

Los ejemplos de esta actitud por parte de los padres son muchos y variados: familias que cuestionan a los profesores de sus hijos, padres que piden cambios en el menú del colegio en función de los gustos de los más pequeños, niños que solo salen a la calle con una aplicación de geolocalización encendida… Muchos de ellos están basados en temores y miedos que, afirma la psicóloga, no es bueno transmitir a los hijos porque «pueden generar conflictos a posteriori».

Al contrario, es fundamental la comunicación: «Desde preguntarles por sus problemas hasta darles la confianza para que puedan solucionarlos», indica Zapico. La psicóloga recomienda mantener una relación fluida en la que los padres sepan abrirse y contar a sus hijos cosas que les entristecen para normalizarlas.

Y no se trata de comunicarse como en los populares mensajes motivacionales de cuadernos, tazas y fundas de móviles, un planteamiento donde emociones como la ira, el llanto o el enfado son percibidas como negativas. «Hay que dejarlos que lloren y que expresen sus emociones. Aprender a hacerlo es necesario para después estar mejor«, apunta Zapico.

Los tiempos actuales no son solo pesimistas

Mientras, los adultos no debemos perder de vista la teoría de Steven Pinker, catedrático de Psicología cognitiva en Harvard. En su último libro En defensa de la Ilustración: por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso afirma que la vida no ha parado de mejorar en los últimos 200 años: nunca ha habido índices de esperanza de vida tan altos como los actuales, ni tal descenso de las enfermedades mortales, por ejemplo.

Fuente: https://elpais.com

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