Nise Alejandra Villegas (46 años) siempre tuvo curiosidad por la música, aunque nadie en su familia ha sido músico. “Ni muy interesados tampoco”, cuenta. Pero ella aprendió a tocar guitarra a los 13 años de forma autodidacta, aunque nunca tuvo una en su casa. “Fue practicar y practicar con la guitarra de una amiga que era vecina y a veces no me la quería prestar”, recuerda.
En 2008, tras 12 años de experiencia como educadora de párvulos y una recomendación de un conocido, descubrió que sus habilidades y conocimientos en música podían ser útiles en la sala de clases. Se enteró sobre el método Suzuki y al poco tiempo decidió realizar un curso abierto de seis días con Caroline Fraser en Chile, una de las integrantes y profesora de la Asociación Suzuki de las Américas. “En ese momento me di cuenta que finalmente había encontrado la estrategia que se adaptaba a lo que ya tenía tiempo haciendo. Ir a ese curso fue una de las mejores cosas que he hecho en la vida, se me abrió un mundo”, recuerda.
Investigó, practicó, viajó a Perú -a pesar de su miedo a los aviones- a una especialización. Desde entonces ha utilizado el método en varios jardines infantiles de Santiago, en la Escuela de Música Suzuki de Chile y hasta en una academia propia (Trabun Musical) que tiene junto a una compañera, Margarita Lecaros. “A través de este trabajo te das cuenta que este es un método donde todos son iguales y tienen las misma capacidades”, asegura la educadora.
“Me pasó que por mucho tiempo y en muchos jardines, me llegaban comentarios de que yo me la pasaba cantando o tocando guitarra, que debía dar más clases. Cuando pasa que los sonidos les llama mucho la atención a los niños y además, un jardín infantil es un espacio de juego, donde se debe estimular el aprendizaje a través del juego y la música es una gran herramienta para lograrlo. Por eso desde el primer día usé en mi sala de clases la guitarra y las canciones. Porque el canto, encanta. Y hay mucha recepción a través de la música”, dice la educadora.
El método Suzuki debe su nombre al violinista y pedagogo Shinichi Suzuki, quien nació en Japón en 1898 y tras varios estudios encontró evidencias de que los niños de todas las nacionalidades y edades -especialmente los más pequeños- pueden aprender fácilmente a tocar un instrumento como si fuera una lengua, ya que el ser músico no se trata de un talento innato según su visión. Por ello, su método es llamado “enfoque de lengua materna” o “educación del talento”. Bajo esa premisa, todo niño puede aprender ya que según Suzuki los niños aprenden a hablar su propia lengua con gran exactitud gracias a su gran capacidad auditiva. De esa manera, es importante relevar el juego y la repetición.
“Aquí la premisa es que uno debe adaptar las cosas a los niños, no al revés. Y este es un método que piensa mucho en los niños y entiende lo tremendamente importante que es esta etapa inicial y la música debería ser la base para cualquier niño, porque son muchos los beneficios”, dice.
Los padres como principales compañeros
Aunque el niño es el centro de este método, los padres juegan un rol fundamental en su aprendizaje. En toda clase y especialmente cuando son pequeños, se pide que uno de ellos asista a todas las clases con sus hijos. La idea es que el padre continúe con algunas de las lecciones en la casa, tal como si se tratara de hablar.
De esta forma, se arma el “triángulo Suzuki”: niños, profesores y progenitores. La compresión y el refuerzo positivo son siempre importantes. No está permitido que un padre obligue a su hijo a hacer una secuencia musical si no quiere o a cantar si así no lo desea. La libertad y el entendimiento de que cada niño tiene un ritmo de aprendizaje distinto es parte de la clave.
Además, es un trabajo que se puede realizar de forma constante y desde antes de nacer. Según Nise es ideal que los niños comiencen a tocar un instrumento entre los 3 y 5 años de edad. “Pero la verdad, es que para esto no hay edad, pero son múltiples los estudios que existen que hablan sobre la cantidad de conexiones neuronales que se producen en los niños y es necesario trabajarlas, aprovecharlas”, considera la educadora.
El sonido siempre como guía
Una clase de la educadora, funciona de la siguiente manera: seis niños con uno de sus padres, un tatami (una plancha de goma eva), una guitarra, un computador, parlantes, juguetes e instrumentos. Todos sentados en círculo en el piso. Niños adelante y madres atrás.
Una canción celta y muchas pelotas plásticas de colores en el piso marcan el inicio de la clase. Al ritmo del tema, todas las pelotas van rotando por distintos rincones de la sala. Y en base a eso, se empieza a jugar. “Reconocer espacios, ritmos, colores e ir aprendiendo palabras es parte del proceso en lo niños más chicos”, explica Nise
Bajo esa premisa, se realizan otras canciones. Para saludarse, para pedir que los niños pongan los juguetes o instrumentos en su lugar, para reconocer partes del cuerpos y para despedirse, entre otras. Todas bajo la premisa de que se debe cantar o marcar un ritmo. Por ejemplo, uno de los ejercicios es con un tambor, una baqueta y un ritmo que marca Nise, que empieza lento y termina acelerado. Alrededor, madres y niños deben caminar al ritmo. Después, cada niño debe repetir la secuencia. Lo hagan bien o mal, son aplaudidos.
En otra actividad, se hace una canción en base a unos dibujos variados: desde un elefante azul, un gato morado o un pez dorado, una profesora, un pájaro rojo o una oveja negra, entre otros. “Veo un pez dorado que me mira a mi. Pez dorado, pez dorado, ¿qué ves ahí? veo a la profesora que me mira a mi”, es la canción que va cambiando según el cartón que aparezca. Y así van pasando entre imágenes hasta que los niños deben seleccionar una y cantarla sola.
Siempre la repetición
La repetición es una de las bases del aprendizaje durante los primeros años, especialmente antes de entrar en la fase de lectura de partitura o práctica de un instrumento. Ya que el método Suzuki guarda relación con el aprendizaje de una lengua materna, se considera que para que un niño sea capaz de pronunciar una palabra nueva, tuvo que haberla escuchado durante días, semanas y hasta meses antes de utilizarlas de manera correcta. Por eso, muchos de estos ejercicios siempre se repiten, hasta que los niños los dominen.
En tanto, lo aprendido no se deja de practicar. Porque el conocimiento, al igual que la lengua materna, es acumulativo. Nuevos retos de perfeccionamiento en la interpretación, detalles técnicos o de representatividad, son parte del trabajo que se debe realizar. “Y nunca olvidar que todos, absolutamente todos, pueden ser capaces”, agrega Nise.
“Hay muchos estudios que hablan de todo lo que se aprende gracias al método Suzuki. Pero yo, lo que he visto, es que los niños se convierten en personas más sensibles, con más capacidades emocionales. También entienden la importancia de la comunidad, porque es un trabajo siempre en equipo el que se hace en Suzuki (…) Son capaces de escuchar, de entender al otro. Porque aquí se trabaja con el sentir de distintas maneras, con el bailar, con escuchar. Además, hay mucha relación con la comprensión como con la matemática, porque la música es matemática. Y la música, finalmente, es una lengua que ayuda a abrir mentes”, finaliza la educadora.
Fuente: Elige Educar