Todos sabemos que hacer frente a los problemas y las situaciones difíciles con una actitud positiva mejora las posibilidades de resolverlos, y hace que nos sintamos más felices incluso frente a la adversidad. Ahora, un estudio realizado en la Universidad de Jacksonville, en Estados Unidos, ha constatado que también los niños pequeños, con tan solo cinco años, son capaces de percibir que las personas que piensan en positivo se encuentran mejor, mientras que los individuos negativos se sienten peor, independientemente de la situación, positiva, negativa o neutral, que tengan que afrontar.
Los investigadores, cuyas conclusiones han sido publicadas en Journal Child Development, seleccionaron a 90 niños con edades comprendidas entre los cinco y los diez años, que escucharon seis relatos ilustrados que contaban cómo se comportaban dos personajes frente a tres situaciones distintas: una positiva, otra negativa y otra ambigua. Mientras uno de ellos se mostraba optimista en todos los casos, el otro adoptaba una actitud más pesimista. Después, instaron a los niños a que describieran y explicaran las emociones de los personajes, y observaron que los pequeños eran capaces de apreciar la diferencia perfectamente, es decir, que comprendían que el pensamiento optimista influye positivamente sobre las emociones, y el pesimismo, por el contrario, empeora el estado de ánimo.
La investigación también ha revelado lo importante que es la actitud positiva de los progenitores en la felicidad, presente y futura, de sus hijos. Como señala Christi Bamford, psicóloga de la Universidad de Jacksonville, y una de las autoras del estudio, el optimismo y la esperanza de sus padres contribuyen a que el niño aprenda a reconocer los beneficios que puede reportarle el pensamiento positivo. La especialista explica que los hijos de personas mohínas, que no son capaces de emocionarse por nada, suelen adoptar la misma actitud ante la vida, sobre todo si no tienen la suerte de recibir la influencia de otras personas de su entorno que sean más optimistas. En este sentido, añade que los padres tienen la posibilidad de influir mucho sobre sus hijos, sobre todo cuando estos tienen entre cinco y doce años, y que deberían aprovechar esta circunstancia para ayudar a los niños a ser más felices incluso cuando tengan que pasar por situaciones difíciles.
Y es que la positividad de los padres enseña al niño a confiar en sí mismo, potencia sus mejores cualidades, y le hace ver que los problemas, aunque sean una experiencia negativa, se pueden resolver; mientras que la negatividad y el pesimismo producen el efecto contrario, hacen que el niño se vuelva inseguro y desconfiado, y que disminuya su autoestima.
Existen otros factores que también influyen en la actitud del niño, y que nada tienen que ver con la forma de ser de los padres, como sus experiencias en el colegio y con otros familiares o amigos, el nivel cultural de su entorno, o el contexto social y económico, entre otros, que también van a conformar su comportamiento. Por eso, los especialistas explican que en el caso de niños con pensamientos negativos, que les perjudican en sus relaciones sociales y en el rendimiento escolar, se emplean terapias cognitivo-conductuales que se basan en tratar de apartar esos pensamientos negativos, sustituyéndolos por otros positivos, o distrayendo al paciente con ejercicios que le ayudan a valorar lo bueno de su vida (su familia y amigos) para relegar así las ideas dañinas.
Fuente: WebConsultas