Sabemos que un buen aprendizaje debe tener en cuenta las capacidades cognitivas como atención, percepción, memoria, comprensión y resolución de problemas entre otras. Sin embargo algunas veces olvidamos un aspecto que es muy importante y es el componente afectivo.
Los afectos y emociones son básicos en los espacios donde los niños aprenden, ya que está directamente vinculado con el interés y la motivación con esta experiencia. Además la curiosidad ayuda a prestar atención a la explicación brindada por un facilitador, sean los padres o la profesora. Como consecuencia se consolida la información y es más fácil poder evocarla, fortaleciendo la memoria.
Cuando los temas son monótonos los niños pueden perder el interés, los cursos no son de su agrado, las evaluaciones suelen ser difíciles y generar frustración. Sin embargo, las maestras debemos contagiar una actitud positiva, estimular a los niños reconociendo sus fortalezas. Si conectamos los conocimientos previos con nuevos temas, generamos iniciativa en los alumnos y con ello logramos un aprendizaje significativo.
Si vinculamos la experiencia de aprendizaje con la emoción de los niños y establecemos un entorno emocionalmente positivo, aprenden felices, nos conectamos con ellos y hacemos que niños y niñas se conviertan en los protagonistas en la construcción de sus aprendizajes.