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No todos pensamos igual, ni somos inteligentes de la misma manera. Algunas personas son buenas en matemáticas, otras lo son en música, algunos tienen habilidades excepcionales para relacionarse y liderar grupos, y otros para orientarse espacialmente, para dibujar, o usar el lenguaje. La pregunta ya no es quién es más inteligente, sino de qué manera es inteligente una persona, y esta cuestión es la que explica la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner.

La teoría de las inteligencias múltiples postula que no existe un único tipo de inteligencia, sino ocho tipos de inteligencia: lógico-matemática; lingüística-verbal; espacial-visual; cinética-corporal; musical; interpersonal; intrapersonal y naturalista, y explica que cada persona tiene una o varias inteligencias dominantes en las que destaca especialmente, y alguna inteligencia débil, situándose en el punto medio en los demás tipos de inteligencia.

Esta teoría, que fue desarrollada por Howard Gardner y su equipo de investigación en los años 80 del pasado siglo, rechazaba por completo la concepción tradicional de inteligencia y supuso, además, una auténtica revolución, al admitir que las inteligencias son habilidades dinámicas que pueden modificarse con el tiempo. No se descarta el componente innato o genético, pero no es determinante, y con la estimulación adecuada se puede favorecer el desarrollo de habilidades, especialmente en los niños, pero también en los adultos.

Concepto tradicional de inteligencia versus inteligencias múltiples

Tradicionalmente la inteligencia ha sido entendida como un factor único e inmutable. La capacidad intelectual era considerada desde un único punto de vista centrado en las capacidades o tareas estrictamente académicas, y no se consideraban otras habilidades. Así, la persona inteligente era buena en matemáticas y lengua, tenía buena memoria, y sacaba buenas notas, pero no se tenía en cuenta si esa persona era capaz de relacionarse con los demás, o si se conocía bien a sí misma, si sabía dibujar, si era buena en música…

La inteligencia, además, se podía medir fácilmente a través de pruebas que valoraban esas habilidades únicas y obtener así el cociente intelectual. De este modo se etiquetaba la inteligencia de las personas por un número: su cociente intelectual. Según esta concepción todos nacemos con una capacidad intelectual que no puede cambiarse o modificarse, con lo cual cabría esperar que aquellos que obtenían puntuaciones más bajas estuvieran condenados al fracaso académico y, probablemente, personal.

Esta idea de la inteligencia no explicaba que hubiera personas con un alto cociente intelectual, muy buenas en matemáticas y en habilidades verbales –y que según la concepción tradicional serían muy inteligentes–, pero muy malas en música y con dificultades para proponerse metas, motivarse y organizar su trabajo. En este caso, es probable que fracasen académicamente a pesar de sus habilidades matemáticas y lingüísticas, y que tengan además dificultades para relacionarse y para alcanzar sus metas personales.

Por el contrario, personas con un bajo cociente intelectual, son muy capaces de hacer cosas sorprendentes como orientarse en el bosque, reparar todo tipo de objetos, liderar grupos, etcétera. En el mundo de la educación muchos profesores también descubrían cómo sus alumnos, con una estimulación y atención adecuadas, mejoraban en sus habilidades, y empezaban a cuestionarse la idea tradicional de capacidad intelectual, y en este contexto Gardner desarrolló su teoría de las inteligencias múltiples para explicar este tipo de contradicciones.

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